«La serenata de la lluvia»

Como un kamikaze ella vagaba sin miedo por las cuerdas de un destino totalmente desconocido. Antes le cegaba el Sol, caminaba a paso lento para prevenir las caídas, para no hacerse daño, pero había aprendido que, a pesar de ser previsora, no podías evitar pisar un suelo lleno de espinas. Se encontraba cansada y apática persiguiendo sueños imposibles e ilusiones que nunca se manifestaría palpablemente.

Una noche escuché una triste serenata sin letra interpretada maravillosamente por una banda desconocida bajo un día de esos de lluvia tan espesa que no dejaban ver más allá de dos metros. Narraba la historia de la chica kamikaze, una chica a la que no le importaba sacrificar su cuerpo para poder liberar su mente. Luchaba para no caer rendida cada día por el peso de una vida que no le había sido agradecida.

No le importaba en absoluto ser golpeada una y otra vez mientras que su mente, su alma, permanecieran intactas. No fue fácil conseguir ser una kamikaze para poder proteger su propio espíritu. Pero ni los que luchan cuerpo a cuerpo son inmunes a las heridas del alma. Tras varios tropiezos que le llevaron varias veces al abismo, pudo recuperarse una vez más. Solo una vez más.

Podías rozar su fortaleza con solo echarle un vistazo, te cautivaba su sonrisa que parecía no tener fin, te inundaban sus preciosas palabras sobre positivismo y frases que no se cansaba de repetir: «Todo va a salir bien». Pero, cuando la chica de la serenata de la lluvia se quedaba sola, su fortaleza se hacía añicos y caía al suelo desplomada, su sonrisa se convertía en un gesto de dolor constante porque, los cristales rotos de su propio caparazón le provocaban heridas irreversibles y, sus preciosas palabras se transformaban en horribles comentarios sobre ella misma. Y cuando se miraba al espejo no era capaz de formular su cántico de positivismo y de poder. Balbuceaba, tartamudeaba y se rendía.

Cada día volvía a colocar cada pieza de su fortaleza antes de enfrentarse al mundo. Sin embargo, la chica kamikaze había construido desde las cenizas tantas veces su propia coraza que su estado se convirtió en apatía total, dándole igual absolutamente todo.

La apatía comenzó a consumirle y esperaba con ansia los días de lluvia espesa para esconderse en su propia oscuridad y sentir algo en su piel.

Uno de esos días de lluvia se topó con una pequeña banda desconocida que tocaba en la calle. Le conquistó la pequeña guitarra eléctrica que denotaba tristeza en cada nota y un contrabajo que manifestaba soberanía junto a un ligero violín y una batería que querían conquistar el Universo. Tocaban para ella la frase «Todo va a ir bien». Y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió para ella misma. La música erizaba cada pelo de su piel y no pudo evitar arrancarse a cantar. Se sorprendió por tener escondida una voz cautivadora y preciosa que necesitaba salir y expresarse desde hacía mucho, pero que mucho tiempo.

Así es como comenzó la historia de esta serenata. Así es como comenzó a tener letra para darle forma a una canción triste pero cargada de sentimientos.

Sin embargo, nunca más volvió a ser interpretada por la chica kamikaze. Tras cantar la serenata de la lluvia ella se giró hacia la banda y les sonrió con dulzura, una sonrisa que era verdadera y desprovista de coraza.

Caminó con paso firme hacia el horizonte. Los chicos de la banda vieron cómo se alejaba y se difuminaba con la lluvia espesa hasta verla desaparecer.

Desde ese día, todas las noches de lluvia espesa, la banda desconocida tocan sin descanso esperando a que, la chica kamikaze, vuelva a aparecer.

Pero, hasta la fecha, no se ha sabido nada más de ella.

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