Adoro la soledad, el silencio, la paz… el parecer que estás tú solo en el enorme espacio gravitatorio que te rodea. Lo único que permites oír es música que te excite hasta el más mínimo vello de tu suave cuerpo y lo único que quieres ver es tus manos que pasan páginas al libro interminable de tu vida. Lo apoteósico de todo esto es que es sólo la ilusión que el silencio te transmite muy de vez en cuando, ofreciéndote ese instante como un regalo carísimo, difícil de conseguir y que te arrebata cuanto más lo disfrutas. Esa sensación tan conocida y tan extraña que te embriaga en una constante de vacío y paz. Hueles a coco y empiezas a andar soñolienta, notas el silencio en tus poros y te excita, oyes la sinfonía del fin, y saboreas el ácido del ser extraño al que ves… Lo ves, lo conoces pero no sabes quién es.

Y nunca lo descubrirás, hasta que no encuentres aquel paraíso perdido en los capullos en flor y los senderos vacíos recorridos, llana y únicamente por ilusiones desbordadas y abandonadas al azar.