Más de 7000 mil millones de personas viven en el planeta Tierra. La tecnología avanza gracias al esfuerzo de muchos, de habitantes que trabajan en equipo para sacar adelante y, a veces, destruir la naturaleza.
Pero, cuando se trata de la vida de una persona, ¿existe la pluralidad?
Cuando somos unos niños nuestro motor se rige por lo que queremos, nada nos importa el qué dirán y mucho menos las consecuencias de nuestros actos. Quizá por eso muchos la consideran la etapa más feliz. Sin embargo, durante esta época, si algo salía mal teníamos a nuestro alrededor personas en las que apoyarnos, donde llorar hasta que llegaban las palabras de ánimo y consolación tras alguna que otra regañina. Vamos aprendiendo que el camino está lleno de obstáculos. A veces pienso, ¿nos acostumbran mal desde pequeños a tener alguien en quién apoyarnos para levantarnos? Recuerdo que, si me caía, mis padres esperaban a que pudiese levantarme por mis propios miedos. Pero, tras esto, me felicitaban y me consolaban porque, al fin y al cabo, me había hecho daño y dolía más el hecho de sentirse sola y desamparada que el propio dolor de la herida.
¿Qué pasa cuando eres un adulto? Te caes. Pero, esta vez, quizá ya no tengas nadie a quién acudir. Estás solo.
¿Eso es ser más fuerte?
Yo creo que no, simplemente te hace sentir peor.
Pero solo queda seguir caminando y encontrar un brazo amigo para, cuando llegue el momento que no puedas más, que te arrastres por el suelo tras tantas caídas que quedes hecho pedacitos, puedan cogerte y levantarte.
Puedes seguir buscando lo que quieres pero, si no lo encuentras, si te esfuerzas, conseguirás lo que necesitas.
Las personas necesitan de otras personas para existir, para vivir, para sentirse felices. Lo demás es pura falacia de cobardes que prefieren seguir estando solos entre 7000 mil millones de personas.
Yo no voy a ser una de esas.