No paraba de mirar nerviosa a su alrededor intentando entender por qué ella no tenía una canción.

Se había descubierto el remedio para paliar todos los males del alma que ya empezaban a hacer estragos en este mundo. Se había alcanzado un punto crítico en el que los crímenes eran tan continuos como la lluvia en Londres. Por suerte se encontró la solución que erradicaría tanta violencia: la música, pero no una canción cualquiera sino un tema compuesto desde el corazón. Sin lugar a dudas la música amansa a las fieras, pero también a la violencia humana. Al fin y al cabo todos tenemos a alguien importante, a alguien a quien hacer referencia, alguien del que nunca nos olvidamos. Los principales gobiernos y la Organización Mundial de la Salud ordenaron por ley que se eligiera a una persona querida y se le compusiera una canción, fuera con letra o no. Cuando el alma de ese ser querido comenzara a tornarse en odio y desesperación su compositor la cantaría o la tararearía para así calmar su sed de violencia. Y funcionaba. Se calmaban. Se apaciguaban. Y el mundo comenzó a ser un lugar mejor.

Lamentablemente no todos poseían la misma fortuna. Los que no obtuvieron una canción fueron llevados a una Eutanasia Común porque se les consideraba desechos humanos. Si nadie los quería o nadie pensaba en ellos se volverían, tarde o temprano, en ladrones, violadores o asesinos. Cierto es que con este sistema se alcanzó un milagroso 2% de criminalidad en todo el mundo.

Vivíamos felices y tranquilos pero hubo gente que sintió compasión por las personas sin canción creando campañas de ayuda y hasta refugios clandestinos para que el gobierno no los encontrara. El objetivo principal era rescatar a estos «huérfanos» y que se interesaran los unos por las otros incentivando la creación de canciones para evitar que los asesinaran. Apenas lograron alcanzar el éxito con algunos de ellos así que las personas que lideraban estos refugios y sus allegados escribían nuevas melodías para estas personas sin canción. No hubo éxito, pues ya tenían a ese ser importante que les ocupaba el lugar. Una persona: una canción. Y por mucho que lo intentaran, si no era posible poner todo el amor en lo que componían, el alma no se alineaba y no servía de nada.

Al final las personas sin canción acababan mucho más tristes, más desesperadas y angustiadas porque estaban presionadas a encontrar lo más pronto posible a alguien que les quisiera lo suficiente para convertirse en su prioridad. Algunos escapaban, otros se suicidaban y muchos eran encontrados por el gobierno que los trasladaba a la Eutanasia Común clausurando los refugios hasta que no quedó ninguno.

Y luego estaba ella. Ella no perdía la esperanza. Fue de las pocas personas sin canción que pudo huir. Tenía la extraña manía de esconderse y pararse a escuchar las canciones que los demás componían para sus personas especiales. Algunas le hacía reír porque desafinaban y las letras eran de lo más estúpidas. A veces se topaba con otras muchas que le hacía palpitar tan fuerte el corazón que temía que la descubrieran y, solo unas pocas, le hacían temblar de emoción y llorar desconsolada hasta rozar la desesperanza.

Era consciente de que, de un momento a otro, su soledad crearía en ella una persona con la que no se sentiría orgullosa. Empezaría a odiar a aquellos que estaban sanos y salvos porque tenían una canción viéndose cada vez más cerca de cometer un acto atroz. Así que empezó a recordar algunas de esas melodías que tanto le habían gustado y compuso su propia canción. Cuando se sentía desesperada empezaba a tararearla entre lágrimas hasta apaciguar su propia alma. Había compuesto una canción para sí misma. Y cuando cantaba lo hacía tan alto como podía para que todos la escucharan. Y así fue como su canción se hizo famosa convirtiéndose en la más bonita que nadie jamás había escuchado.

En poco tiempo la mujer sin canción se hizo muy popular en toda la región y todos querían conocerla. Al principio estaba segura de que esta popularidad sería la que la rescataría de su desesperación y, sobre todo, del gobierno, el cual no quería mancharse más las manos con una figura que estaba en boca de todos. Se sentía afortunada de no tener una, sino varias personas que estaban deseando saber su historia y escuchar una y otra vez su canción. Fue una época intensa que provocó que muchos «huérfanos» compusieran sus letras intentando imitarla sin obtener ningún éxito. Aunque compuso varios temas más la gente empezó a aburrirse de la mujer sin canción y volvió a sentirse amenazada por un gobierno que la buscaba para un exhaustivo examen psicológico que seguramente la llevara a la Eutanasia Común. Desesperada compuso su última canción. No tenía letra, solo una preciosa melodía que cantaba sin abrir los labios. Esa melodía era capaz de romper almas. La única y última vez que la cantó lo hizo tan fuerte que provocó que sus cuerdas vocales se rompieran y se quedara totalmente muda. Y así fue como la conocí, con su espíritu y garganta quebrados.

Me tocó entrevistarla para la televisión nacional. Yo había escuchado algunas de sus canciones pero realmente no les presté atención hasta esa melodía que ocasionó que se quedara muda para siempre. Hablaba con gestos y letra escrita. No dejaba de mirar hacia un lado y hacia el otro sin siquiera fijarse en mi mirada inquisidora ávida de respuestas que luego transformaría en un jugoso programa de máxima audiencia. Me crispaba los nervios su mirada esquiva, así que me salté por completo el guión y le pregunté directamente por qué forzó tanto su voz hasta quedarse sin ella. Dejó de mirar al suelo para dirigir sus ojos grises hacia los míos. Seguidamente agachó la cabeza vacilando si responder o no a la pregunta. Imaginé que debía pensarse bien esa respuesta ya que fue la única vez que accedió a hacer una entrevista tras quedarse sin voz. Mientras pensaba qué responderme yo me imaginaba cómo se sentiría. ¿Sus manos temblaban por miedo a que su cara fuera nuevamente conocida para todos? ¿Su mirada evitaba mis ojos hasta ese momento para no descubrir que le aterraba que esta entrevista, más que salvarla con esperanza de hacerse de nuevo popular, fuera el punto de mira hacia una persona que estaba a punto de volverse loca o, peor, violenta? Al final se decidió a coger el bolígrafo y escribir en las cartulinas que compartíamos para comunicarnos. Y ésto fue lo que escribió:

— Supongo que nunca perdí la esperanza. Pensé que cantando mi canción lo más alto posible alguien me escucharía y, por fin, me convertiría en su persona.

Antes de mostrar la cartulina a las cámaras la leí para mí. No sé si pasaron varios segundos o toda la eternidad pero no dejaba de leer y releer lo que ella me había escrito. Yo tenía a una persona especial que compuso una canción para mí y yo para ella. Sin embargo, al leer detenidamente sus palabras, una y otra vez, algo se removió en mí. Experimenté una sensación que hacía mucho que no sentía, casi la había olvidado. Me sentí triste. Antes de voltear la cartulina hacia las cámaras me la quedé mirando. Ella ya no miraba a su alrededor nerviosa, preguntándose por qué ella no tenía canción. Y supe que esas palabras expresaban una rendición. Una rendición hacia su destino. Ella no era diferente. Simplemente no era especial para nadie.

Volví en mí sin aún tener claro si compartir la tristeza de esas palabras con el resto de los humanos que nos veían. Mientras que ella continuaba mirándome sin pestañear la mostré a la cámara. Me temblaban las manos.

Meses después de la entrevista me acerqué a su domicilio con esperanza de que aún siguiera allí. Vivía en una casa que le había proporcionado el gobierno, seguramente como gesto hasta que su fama se esfumara y la asesinaran. Cuando abrió la puerta apenas pude reconocerla. Estaba aún más demacrada y apagada. Tenía ante mí una especie de fantasma de piel casi transparente y manos huesudas que parecía levitar, como si cada uno de nosotros nos encontráramos en un plano de la realidad diferente. Fijó de nuevo su mirada en mí. Me reconoció al instante.

No le dije nada. Solo le acerqué una bonita jaula con un mirlo. Empezó a piar y a entonar una canción. Su mirada se posó en el pajarillo devolviéndole una amplia sonrisa. Se dirigió de nuevo a mí con lágrimas en los ojos y entendí que había conseguido apaciguar su alma aunque solo fuera por ese instante, aunque solo fuera por unos días, aunque solo fuera para proporcionarle ese atisbo de esperanza que había perdido. Siempre me he preguntado si conseguí salvarle la vida aquel día.