Bum, bum, bum, bum, bum…
En contadas ocasiones el corazón late a mil por hora, la respiración se acelera, las mariposas en el estómago han despertado y no dejan de revolotear haciéndote cosquillas en el vientre, te sudan las manos, segregas saliva, tus hormonas se disparan, el olor corporal se transforma en deseo animal, tiemblas, tus pezones se endurecen, tus poros se abren, el vello se eriza. Tu cerebro produce chutes de endorfina que te embriagan de placer por todo el cuerpo. Un proceso químico único, especial y deseado. Pero el ser humano es capaz de esconder hasta el más temible de los deseos.
Existe un ser odiado por Dionisio, un ente que no permite su entera manifestación y que hace mantener al Dios de los instintos bajo llave. Con deseo, sin raciocinio, sin pensarlo, actúas. La filosofía de Baco queda exenta cuando el Gran Mentiroso anda cerca. Si hasta un Dios puede temerle, el ser humano no tiene nada que hacer. Está acabado. No obstante, el Traidor no es una divinidad y de vez en cuando necesita descansar y tomar fuerzas. Es ahí, cuando aparece la esencia, cuando florece lo inexplicable. Pero ya es tarde, sólo puede manifestarse en lágrimas, odio, frustración, desprecio, penas y desventuras de un corazón desvalido que no ha podido latir en el momento oportuno. El Señor Impostor miente a Baco, le dice que no es momento de salir o le destruirán. Baco teme, obedece, depende del Rastrero. Entonces es cuando se esconde en el rincón más oscuro de los Cielos, espera, aguarda a que Don Falsedad le permita respirar.
«Ya puedes salir, ya no te harán daño». Dionisio abre la puerta de los Infiernos para asomarse al esperado Paraíso de la vida externa… No hay nadie, nadie le espera ya.
«Me has mentido, ya no está»
«No te he mentido, sólo intenté que no te dañaran. Estás a salvo»
Baco asiente, baja la cabeza, pasa su mano hastiada por sus hermosos rizos de la cabellera, desgarrándolos con sus dedos arrugados que se aferran al vacío. Resbala por las paredes del Engaño y grita en silencio.
Y ahí es cuando sientes el pinchazo, el nudo en la garganta, blasfemas, lloras de rabia, aúllas de dolor, niegas la desesperanza, odias al amor.
Y es en ese preciso instante cuando vuelves a escuchar:
Bum, bum, bum, bum, bum…