La habitación del hotel es fría y estrecha. Un pequeño lavabo y un armario con dos perchas para guardar una fina chaqueta y un abrigo de invierno. Una mesita donde colocar tus gafas, donde reposa el móvil cuya alarma te devolverá a la realidad. La cama es de matrimonio, la tele está puesta, no entiendes nada, ni siquiera le prestas atención. La ventana está cerrada con las cortinas abiertas. Justo enfrente la gente ríe, una madre ve con su hijo la televisión, otra cena con sus abuelos, un chico con pinta de estudiante come fideos chinos mientras juega a la consola.
Miras al techo y suspiras profundamente. A lo lejos se oye la lluvia caer, la tele encendida, los pasos del resto de los huéspedes, corren, dan portazos, gritan, ríen a carcajadas. Todo se va quedando atrás… otro suspiro.
De repente te levantas de golpe quedándote sentada y lloras a moco tendido, tus lágrimas no pueden parar de brotar, de desgarrarte las mejillas al caer. Tu aliento se acelera, grita desesperación, tus dedos tiemblan y se desgarran con tu pelo, sollozas, gritas, gritas, gritas hasta reír a carcajadas. Pero no dejas de llorar, la felicidad se mezcla con la desesperación. Un eclipse de emociones, de luz y de sombras, tiritas y sudas, estás vacía y entera.
Te vuelves a tumbar. Es entonces cuando el tiempo se detiene. Oyes tambores y violines que desafían las leyes de la física, no existen ni en el tiempo ni en el espacio. Sólo existen en la burbuja atemporal que has creado con tu llanto y cerrado con tus risas.
Eres capaz de palpar la paz en el ambiente, el silencio cómodo de la soledad, la intensidad de las emociones contenidas y las que acabas de desbordar. Ni siquiera hay luz, se ha ido con la vida y la realidad.
Miras al techo, la lampara está encendida aunque la luz no puede llegar a ti. Sacas tu cabeza de la burbuja, estiras el brazo con ella. Quieres tocar el Sol que hay justo sobre tu cabeza. Él te llama, te tira hacia arriba. Desea que vuelvas a tu mundo y convivas con los tuyos. Que el reloj vuelva a andar para ti. Rápidamente consigues evitar la gravedad de sus peticiones. Prefieres la irrealidad de tu pompa de jabón, la paz eterna de tu alma y la verdad que solo conoces cuando nada se mueve.
Lentamente te retuerces sobre ti misma, retortijones te atenúan un dolor intenso en la piel. Tranquila, son solo las sábanas que empiezan a rozarte. El reloj comienza a andar. Puedes ver el Sol reflejado en la lámpara, la voz interior de tu padre. Te dice lo que ya sabes, te reitera lo que eres, te magnifica quién serás, te adora porque eres simplemente tú, su hija.
Los dolores que te produce la vuelta a la realidad se intensifican. Te agarras a la leve capa de la burbuja que empieza a desaparecer. El tiempo poco a poco vuelve a convertirse en ley física.
Pero, antes de que vuelvas a la realidad, el horizonte de sucesos, la singularidad de tu estado, algo sin nombre te brinda el mayor regalo que puedas recibir.
Los átomos convergen, las moléculas de tu cuerpo se hacen una, dejas de existir por un momento. Abres los ojos a lo incierto. ¿Qué ves?
«Veo un precioso paisaje. Siento que puedo elegir qué ver, cualquier cosa que desee se presentará ahora mismo y me sentiré viva. Pero hay alguien más aquí que contempla lo mismo que yo. Noto que me susurra algo ininteligible que me hace tiritar de emoción. Juega con mi creación, revuelve mis átomos, mis moléculas, mis nervios, mi sangre, mis órganos. Soy una marioneta a la que está dando corazón y sentimientos, me está dando vida. Me alza hacia arriba, hacia el Sol»
La burbuja explotó entonces. La chica cayó a la cama.
La lluvia volvía a dejarse notar golpeando suavemente el cristal de la ventana cerrada con las cortinas abiertas, la tele seguía hablando sola, en un murmuro. Los portazos se repetían. Ella volvía a respirar con normalidad, volvía a ser humana, volvía a ser parcial, a existir como un ser más.
Miró a la mesita, las gafas seguían ahí tal y como las había dejado. Miro el móvil, estaba apagado. Fue entonces cuando dio la vuelta al reloj de pulsera que había tirado en el suelo.
Estaba parado.
No había cama, ni ventanas, ni ruido, ni tele, ni lavabo, ni móvil, ni habitación.
Ni siquiera había un cuerpo.
Flotaba en la nada una pequeña esfera con los filos plateados, como una pompa de jabón que no puede romperse, vive eternamente. Dentro había un pequeño humanoide.
Portaba un reloj en marcha.