Bonjour a tot le monde!
Hoy me encuentro en París a finales del siglo XIX. Acabo de tomar un café con Boudelaire y ahora he quedado con Rimbaud y Verlaine para componer poesías en el simbolismo más absoluto… o para buscar la esencia de la palabra. O, quizá nos de por crear nuevos estilos. Quien sabe si podremos cambiar el futuro, quien sabe si estaremos escritos en el… a ver… ¿dentro de unos 120 años? No lo sé.
¡Oh! ¡Vaya! Me han invitado a un burdel, oh, ¿como? ¿bailaré como cortesana? Pero, ¡no quiero acostarme con otros hombres, sólo con aquel que haga que mi canto y mi baile sean el más estruendoso y magnífico de la noche! Bailaré con él y, entonces, le invitaré a pasar la noche en el la habitación del elefante. Sí, aquella adornada con rojo, blanco y negro de encajes y satén. Oh, qué belleza… que lujuria, mi pasión se desahoga tumbada en estas sábanas de raso que rozan cada milímetro de mi piel haciéndome estremecer y gemir al dormir en ellas. ¿Dormir? ¡Oh no! ¡No debo! ¡He de actuar! Estarán allí Tolousse, Boudelaire y Verlaine, ¿podrá entrar el adolescente Rimbaud? ¡Espero que sí! ¡Ese mozo es más listo que todos los hombres del mundo juntos! ¡Y no digo bestialidades!


Vaya, me toca, me toca… los nervios me comen por dentro, pero actuaré.
Cinco minutos antes de la actuación recuerdo aquello que hacía tiempo me excitaba hasta tal punto de olvidarme del mundo y, que es también lo que menos deseo ahora, ello me duele, no quiero tu recuerdo… no quiero despistarme. Por dentro sé que me estoy rompiendo, pero mi
maquillaje puede que flaqueé, pero siempre, ante todo, mi sonrisa permanecerá intacta y brillante, providente de un destino que solo el espectáculo me augurará.
¡Allá voy, caballeros! Os cantaré esa canción que dice… «El diamante es el mejor amigo de la mujer» Y así, tras un velo cortante, frío y materialista estoy, y por dentro me muero, oh, muero… pero el espectáculo ha de continuar…

Te espero en la habitación del elefante…