15.000 mil millones de años se dicen pronto, ¿verdad? Es el tiempo estimado del origen de todo lo que conocemos, del origen de la NADA y del TODO, de las estrellas, de las galaxias y los pequeños mundos que iban creándose gracias al poder casi omnipotente de estos hornos estelares, soles de distintos tamaños, unos más masivos que otros. Novas, supernovas, enanas blancas o marrones… las estrellas mueren para dar vida a otras en cúmulos brillantes de nubes de colores. Nebulosas que parecen de mentira y son tan bellas que dejan ensimismado a cualquier ser vivo que pueda visionar esta maravilla natural.

Cada vez que leo, veo o investigo algo sobre astronomía emerge una nostalgia difícil de explicar dentro de mí. Me adentro tanto en el Cosmos que creo viajar por el espacio oscuro y frío. Floto y noto el origen de lo que soy. Son escalofríos placenteros producidos por la respuesta a mi existencia porque sí, la conozco, pero de manera consciente no consigo acordarme de ella. La astronomía, los enigmas del universo son un quebradero de cabeza para el ser humano, pero también un don para que deje su mente en blanco y se dedique a soñar mirando el cielo profundo, deleitándose con el brillo de las estrellas de las noches claras.

El Universo, señores, es todo lo que ves y no ves. Cuando tienes frío eres el Universo, cuando caes, cuando lloras, cuando ries, cuando hablas, cuando cantas, cuando sueñas… Todo tú y todos nosotros somos el Universo.

Somos polvo de estrellas.