No pretendía salir a hacer nada especial. Sus amigas le liaron para tomar algo estando ella en pijama. Fueron tan, pero tan insistentes que acabó cogiendo cualquier cosa para salir con tal de que se callaran.

Se miró al espejo durante un solo segundo y le repudiaba la imagen que le devolvía. Pelo revuelto, sin color en los labios aunque quedaba algo de rímel aún bien instalado en sus pestañas. Si de algo se alegró antes de salir por la puerta con sus amigas fue por el dineral que le costó esa marca y que, al menos, funcionaba como decía la caja.

Sin ganas entraron a un garito donde servían cerveza fría en jarras de medio litro y donde abundaban los billares y la poca iluminación. Quizá por eso él se fijo en ella.

Tras varios litros de cerveza en el cuerpo cualquier cosa parecía bailable y se convirtió en una hacha en el billar. Él le contaba historias divertidas y conseguía sacarle la sonrisa, hasta hacerle olvidar ese pelo despeinado, ese vestido maltrecho y esos labios sin color que se llenaron de gozo al besarle inesperadamente. ¿Sería el alcohol?

Ahora ella sonreía mientras hacían el amor. Reía a carcajadas junto a una persona especial que le miraba con dulzura y lujuria. Aún permanecía intacto el rímel en sus pestañas. Se había olvidado de su pelo desaliñado, de su vestido usado de dos días y sus labios consiguieron un bonito color rojizo debido a los besos y a los pequeños mordiscos de los juegos previos al sexo.

Al día siguiente, él le preguntó qué quería para desayunar y ella respondió muerta de hambre:

-«Algo de McDonalds, ya sabes que me encanta ese sitio» – le comunicaba con una sonrisa pícara.

Él cogía cualquier cosa que llevarse al cuerpo para no formar escándalo público. Ella está acostada en la cama con apenas una sábana que quedó tras una noche revuelta. Está de espaldas. Gira la cara para darle un beso con mensaje de «hasta ahora mismo».

Mientras se besan él no se da cuenta, pero de los ojos de ella brota una lágrima furtiva que surca sus mejillas rosadas complacidas por el sexo. Pero él solo ve que sonríe y le dice que le esperará en la cama para ese desayuno grasiento y nada saludable.

Cuando él cierra la puerta ella vuelve a incorporarse en la misma posición en la cama. Su brazo abraza la almohada y deja entrever sus ojos verdes cubiertos de lágrimas. No observan nada, están sumergidos en el vacío.

Si la observases a ella ahora mismo, en este instante, comprenderías que todas esas carcajadas, que esas mejillas sonrosadas, que esa felicidad efímera, era en realidad una capa que acaba de deslizarse para dar rienda suelta a un ser profundamente hundido, perdido y roto.