Las 4 de la mañana de un estúpido sábado cualquiera. Oigo las risas de los vecinos a lo lejos, noto las vibraciones de la música que atraviesan mi piel para seguir el ritmo de mi corazón, distingo risas, gritos, besos con lengua, gente que folla sin cesar. Intento componer melodías de silencio pero la muchedumbre que inunda mi terreno no me lo permite. Quiero que los inquilinos que viven a la izquierda dejen de cantar vítores porque su equipo de fútbol ha ganado la liga, deseo que se corra de una vez la pareja que lleva tres polvos de mi derecha, que deje de retumbar esa estúpida sintonía de bacalao que me revienta los oídos desde la planta de arriba y que dejen de andar en el techo los acróbatas borrachos de la planta inferior. Por favor, dejadme en paz en mi zulo, en la hoguera de las penitencias a la que llamo techo, casa, hogar. No hay paz, no encuentro el lugar idóneo que me reconforte. ¡Callaos imbéciles! ¡Sois todos una panda de idiotas sin sentido común! Ahora mismo, en este mismo instante, necesito estar sola conmigo y sin mí.
Despierto. Las 10 de la mañana del domingo. Silencio. Por fin… Levántate, restriégate los ojos hinchados de una mala noche y pesadillas irreversibles. Arrastra los pies hasta el baño y refresca esa cara podrida con el líquido elemento.
Necesito un café.
Silencio.
Persianas echadas, cortinas cerradas. Oscuridad. Interruptor. Luz.
Antes de abrir la puerta de la cocina para atragantarme con café sin azúcar y pastas caducadas, me paro, frunzo el ceño y agudizo el oído. Silencio. ¿Paz?
Abro la puerta. Persianas bajadas, cortinas echadas. Café. Cigarrillos. No quiero comer.
Pasan las horas, tirada en la cama sin hacer nada, sin pensar en nada, sin que me duela nada. Ni un ruido. Empiezo a replantearme si me he llegado a quedado sorda de todo el estruendo montado anoche tras los lados de mi cubilátero.
En la duermevela de mi desasosiego recuerdo aquella sintonía que me traslada instantáneamente al día que nos conocimos. La comisura de mis labios consigue torcerse hacia la izquierda superior. ¡BASTA YA!
Me levanto de un salto de la cama lista para comprar deliciosas verduras para preparar una ensalada. Necesito volver a sentirme sana, viva, alegre y feliz.
Son las una del medio día, no se oye ni el zumbido que provocan las alas de los mosquitos que devoran mi piel por las noches. Decido abrir las cortinas, subir las persianas. Ver gente correr, reir, llorar y aprender a levantarse de sus caídas.
LUZ
Tal intensidad me ciega, corro a la cocina a realizar el mismo proceso. LUZ.
Cuando mis ojos se adaptan a la intensidad lumínica no puedo creer lo que veo. No es posible.
Necesito salir de aquí.
Abre la puerta, ¡SAL DE AQUÍ!
Agarro el pomo con decisión, tiro con fuerza hacia mí…
NADA
NADA
Sombras
NADA
Ilustración de Gustave Doré.
Álvaro López
Eres increíble tía. Lo he leído ya varias veces y me encanta. Se ve sinceridad en lo que escribes.