*Este relato está registrado y cualquier variante o modificación del mismo está prohibido. La imagen pertenece al corto «Destino».

El 16 de diciembre del 2116 se firmó un Real Decreto en el que los gobernantes de los Tres Grandes Continentes debían entrar en la Maquina del Destino. Esta máquina mostraba dos realidades que tendrían lugar en un plazo aproximado de 100 años. Ambas visiones eran totalmente certeras. Una vez elegida una de ellas por votación de los Tres Gobernantes se convertiría en el futuro y no se podría hacer nada para detenerlo. Debido al éxito acontecido en las últimas tres elecciones del Destino la mayoría de la población votó a favor de que tres representantes eligieran un nuevo futuro para la Humanidad. Sin embargo, en esta ocasión la visión sería mucho más lejana. Los Tres Gobernantes de los Tres Continentes decidirían cuál sería el destino y su evolución dentro de mil años.

Katia parecía ser la única que estaba nerviosa. Le temblaban las piernas y las axilas le sudaban dejando un pequeño surco en la camisa de seda que le habían recomendado vestir desde Protocolo. Katia nunca quiso ser Gobernante, pero el Comité Mundial necesitaba la representación de una mujer de raza asiática. De lo contrario se rompería la Representación de Diversidad de Razas y Géneros firmada hace dos siglos. La mitad de la población la adoraba, la otra la detestaba. Algo parecido le ocurría a otro de los Gobernantes: Unon, un hombre de pelo lacio y canoso que contaba con más de 160 años y que había participado en la última elección del Destino. El otro era un muchacho en la veintena que, al contrario de lo que pasaba con Katia y Unon, su seguridad en sí mismo había transformado la desconfianza de la gente en una simpatía casi unánime hacia él. Su nombre era Breno, un nombre que era fácil de distinguir entre los vítores del público que estaba presente en la gigantesca Cúpula situada en el centro de la Gran Ciudad Futura. Además, el acontecimiento se retransmitiría por satélite interplanetario para que las colonias que empezaban a asentarse en la Luna y en Marte pudieran visionar la decisión más importante para el Planeta Tierra.

Era la primera vez que los Tres Gobernantes se encontraban en persona. Katia iba en medio mientras caminaban por una escalera de caracol que les conducía a la Máquina del Destino, un habitáculo cilíndrico de apenas 5 metros cuadrados. Antes de entrar en este espacio los Tres Gobernantes se detuvieron para observar a su público que se hallaba algo más abajo en una especie de grada circular. Era el momento del discurso. Era el momento que más odiaba Katia.

El primero que se atrevió fue Breno. Era la viva imagen de la persona joven que quiere comerse el mundo:

-«Quiero daros las gracias a todos vosotros porque sois los verdaderos representantes de la decisión más importante para nuestro planeta. Nosotros seremos vuestros ojos, vuestros oídos, vuestra piel, vuestro olfato, vuestro corazones. En pocas horas sabremos cuál va a ser el destino de nuestro planeta dentro de mil años. Confío en la Humanidad y sé que formaremos parte de algo muy, muy importante para la Tierra.»

La gente volvió a aplaudir, a silbar y a vitorear al representante más joven. Nadie se dio cuenta de un proyectil de cristal afilado que rasgó en microsegundos parte de la piel de la mejilla de Breno. Los vítores se transformaron en gritos y en amenazas a un grupo de activistas que se habían colado en la Cúpula mientras cantaban hasta estallarles las gargantas un himno que ellos denominaban «Lag Lífsins». Este grupo se había formado hace más de 300 años haciéndose más fuertes y numerosos desde que se tomó la decisión de que el Destino elegido sería de mil años. Eran los mayores enemigos de Breno, detractores del más joven, narcisista e inexperto. Detestaban que él fuera el responsable de una elección tan importante como era el futuro del Planeta Tierra, como era el futuro de la Humanidad. La Seguridad de la Cúpula no tardó en actuar y los sacó violentamente del recinto. Katia observó la escena atónita y con cierto alivio porque significaba que su discurso se había cancelado. Breno taponaba la herida ensangrentada de su mejilla mientras calmaba a las masas que volvieron a alabarle. No obstante, algo en él había cambiado. Su voz temblaba y esa confianza que se agarraba a él comenzaba a despegarse poco a poco de su personalidad. Pronto le trajeron a Breno un componente sanitario. Se lo colocó en su mejilla cicatrizando la herida en pocos segundos.

Tras el altercado de los Lífsins, como así se hacían llamar, la gente pedía a gritos que los Tres Gobernantes entraran en la Máquina del Destino. Era el momento. Era el 16 de diciembre del 2516 a las 18h de la tarde hora local. Era el momento de decidir el futuro de la Tierra.

Katia se sentó a la izquierda, mientras que Breno se mantuvo a la derecha pensativo y ausente. Unon no aparentaba sus años. Como si fuera una tarea rutinaria se acomodó en el lugar central con gesto indiferente. Katia no era capaz de discernir los sentimientos del más veterano de los Gobernantes, algo que no lograba concebir si era algo bueno o algo malo. Se cerraron las puertas y la oscuridad más absoluta ocupó toda la estancia. Tampoco se escuchaba ningún sonido, ni tampoco el carraspeo nervioso de Katia. Unon les había avisado que cuando se activaba la Máquina del Destino el tiempo y el espacio tal y como lo conocíamos desaparecía por completo. Para ellos pueden pasar unos 5 minutos, pero para el resto de la Humanidad habrán sido 3 largas horas de espera. De repente el silencio se quebró con un un leve pitido y una luz cegadora les invadió en 360 grados. Se escuchó a lo lejos el estruendo de un trueno que retumbó por toda la estancia. Un enorme relámpago se disparó desde la nada cayendo frente a los Tres Gobernantes. Katia notaba cómo le faltaba el aire y una ola de calor arrasaba su piel hasta crearle llagas. La visibilidad era mala debido a una neblina espesa que le provocaba escozor en sus ojos. El picor de la nariz era mucho peor llegando a ser crítico en su garganta. Estaba sola.

Otro rayo cayó a su lado. El cubículo cilíndrico había crecido y ya no había rastro de Unon y Breno. Entre lágrimas pudo avistar una enorme colmena luminosa. Se acercaba velozmente desde arriba hasta ser capaz de verificar que se trataba de una especie de ciudad sumergida entre montañas oscuras y apagadas protegidas por un halo de cristal. Dentro de ella habitaban edificios gigantescos. Se percató de que las calles estaban plagadas de personas. Apenas cabía un alma y los edificios parecían albergar miles y miles de pequeñas habitaciones. Katia levitaba frente a una ventana. Una luz tenue ofrecía una sombra danzante en la que se distinguían varias personas reunidas. Y en ese momento su oído registró un cóctel de llantos, risas, gritos, euforia y tristeza. Todo mezclado. Un nuevo trueno retumbó tan fuerte que Katia alzó la vista involuntariamente hacia el cielo. Y todo, absolutamente todo, era de tonalidades grises, no había rastro del Sol, ni de la Luna y ni mucho menos de las estrellas. Constantes relámpagos iluminaban una escena terrorífica en la que solo había polvo y niebla. Y del calor abrasador que quemaba su piel se pasó al frío más mortífero. Katia notó por todo su cuerpo decenas de cuchillos que se clavaban en ella hasta jugar con sus entrañas. Y entonces ella quiso llorar, reír y gritar. Y se sintió eufórica y al momento la tristeza la invadió.

Silencio de nuevo.

Una brisa golpeó su rostro y curó al momento sus llagas, apagó su llanto y apaciguó sus lágrimas. Sus ojos rojos volvían a tornarse de su color blanco natural y una calidez comenzó a invadir todo su ser. Enfocó la vista para deleitarse con el paraíso. Ni el propio horizonte vencía a la belleza que inundaba todo el espacio. Katia observaba atónita y fascinada sintiéndose incapaz de ejercer ningún sonido o movimiento. El silencio se llenó del cantar de pájaros y aves que había visto alguna vez y de otras que eran totalmente nuevas para ella. Una especie de felino lamía la llaga que aún se estaba curando en su brazo. Katia se asustó, al contrario que el animal que la miraba intrigado. Acercó su hocico a la nariz de Katia. Notó su nariz húmeda y curiosa que trataba de descubrir qué extraño ser era ella. Cuando Katia alzó la mano para acariciar al felino éste salió corriendo hacia un valle de campos de fresas que se extendía hasta el infinito. El canto de los pájaros dio paso al sonido de una cascada que golpeaba violentamente contra las rocas. Katia miró al cielo y el Sol le cegó en microsegundos. Una pequeña nube tapó la fuerza del astro para permitirle disfrutar del cielo más azul que había visto nunca. Y respiró, respiró un aire que le devolvió las fuerzas que había perdido tan solo minutos atrás. Se rindió ante la belleza y se tumbó en la hierba. La olfateó tan intensamente que se sintió abrumada y mareada. El felino volvió a aparecer asustando de nuevo a Katia. Pero esta vez ella sonrió. El animal llevaba en la boca un osito de peluche al que le faltaba un brazo y una pata. El juguete aún sonreía, pero estaba prácticamente desintegrado. El felino corrió de nuevo hacia el otro lado. Katia sintió una punzada en el corazón. Lentamente giró su cara hacia el trayecto que había tomado el animalillo. Un enorme edificio se alzaba tras su espalda junto a otros dos totalmente derruidos. La hierba se había atrevido a abrazar a ese esqueleto de hierro y hormigón. Decenas de felinos descansaban en lo que parecía ser una ventana. Todos tenían las orejas hacia arriba y la mirada fija en Katia.

De nuevo el silencio y la oscuridad más absoluta la devoró.

Las puertas del cubículo se abrieron. Katia se percató de que no se había movido de la silla, pero notaba su cuerpo exhausto y pesado. Observó que Unon tenía exactamente la misma expresión y aspecto que cuando las luces se había apagado. Miró más a la izquierda y se fijó en Breno. Estaba pálido y se agarraba a su asiento como si no quisiera salir de allí, como si esa silla fuera la única cosa que le hacía sentirse seguro. Su expresión había cambiado, esa confianza en sí mismo se había disipado, se había despegado por completo de él. Tenía el aspecto de un niño perdido y sus ojos no parecían enfocarse a ningún punto en concreto. Primero entraron los médicos que realizaron varios chequeos a los Tres Gobernantes. Más tarde entró la Presidenta de la Gran Ciudad para acompañar a los Tres Gobernantes hacia la Sala de las Decisiones. Breno salió el primero casi tambaleándose con la mirada aún perdida, Unon le seguía como si no hubiera pasado nada y Katia iba en último lugar aún con la respiración agitada y picor en los ojos. Salieron por otra sala que les condujo hacia una mesa redonda custodiada por tres enormes sillas. Breno seguía con la mirada desubicada, aún así fue el primero en sentarse. Unon se quedó a la derecha y Katia no tuvo más remedio que colocarse en el centro. Era el momento más decisivo para todo el planeta, incluyendo las colonias lunares y marcianas. La Presidenta dio una orden. Ya estaban en el aire para toda existencia humana. Unon fue el primero en hablar casi sin pedir la palabra.

-«Hemos visto los dos destinos posibles para nuestro planeta. Confiasteis en mí hace 100 años y espero haber tomado la mejor decisión para la Humanidad.»

Unon dibujó en el espacio un círculo y el mensaje se envió automáticamente a la Máquina del Destino. Breno seguía disperso, distraído y su mano derecha temblaba. Hacía leves gestos queriendo dibujar un círculo, pero antes de finalizarlo se detenía y movía la cabeza. Unon miró con impaciencia a Katia y ésta entendió que era su turno. Katia no sabía qué hacer. Recordó la garganta seca y el picor de los ojos, pero también la humedad del hocico del felino y la pureza del aire. Otra punzada en el alma reavivó las miradas curiosas de la manada felina, al mismo tiempo que se estremecía con las colmenas de humanos que reían y lloraban. Levantó la mano temblorosa y, sin media palabra, dibujó una pequeña equis frente a ella. Notó la mirada penetrante y desafiante de Unon. Sin embargo, lo que más la alarmó fue la atención que Breno puso en ella en ese instante, justo en ese instante. Breno se levantó y salió disparado por la puerta seguido de la mirada de odio de Unon y la atónita de Katia.

Un voto circular y un voto en equis. El último voto era el definitivo. Katia se preguntaba sin cesar qué pasaría ahora. Nunca había ocurrido ésto. Siempre todos los Gobernantes habían estado cien por cien de acuerdo. Pasadas unas horas la población mundial y las colonias comenzaron a impacientarse. Exigían una respuesta inmediata. Hubieron altercados, manifestaciones y distintas revueltas para obtener un destino. Por temor a represalias hacia el Comité Mundial no salió a la luz que uno de los Gobernantes se había abstenido a votar. Por el contrario, los Lífsins no daban señales de vida.

Pasó más de una semana desde el visionado de la Máquina del Destino y Breno no se había decidido aún. Se había encerrado en su búnker particular para evitar a la prensa y a la opinión pública. Katia se armó de valor para hablar con él. Era necesaria una respuesta o las repercusiones serían aún peores. Cuando se encontraba a apenas unos metros de su casa vio a Unon salir por la puerta principal. Esperó unos segundos a que Unon se alejara lo suficiente para acercarse a la entrada. Breno había salido de su búnker y se hallaba mirando por la ventana con esa mirada perdida que no podía quitarse de la cabeza. Y de repente la miró. Breno sonrió a Katia y se dio la vuelta.

Al día siguiente se convocó a toda la población humana para conocer finalmente la decisión del futuro del Planeta Tierra. Katia y Unon se reunieron con la Presidenta de la Gran Ciudad en la Cúpula para descubrir el destino elegido junto con el resto de la población. No había rastro de Breno. Tampoco había rastro de los activistas Lífsins. Katia se giró para contemplar una sonrisa burlona y segura en el rostro de Unon. No era esa sonrisa de confianza en sí mismo que se tiene cuando uno es joven y quiere comerse el mundo, era más una sonrisa que denotaba que había conseguido lo que quería, lo que deseaba y le daba igual cualquier consecuencia posterior. Y el silencio volvió a golpear.

Katia notó otra vez esa brisa familiar que la transportaba al paraíso, reconoció al felino que le traía el juguete hecho trizas y volvió a encogérsele el corazón al descubrir que solo quedaban restos inanimados de la propia raza humana a la que ella pertenecía.

El visionado finalizó y, de repente, explotaron gritos, llantos, risas, euforia y tristeza. A Unon le había cambiado completamente el rostro a un gesto inamovible de terror. Katia se percató de que no había conseguido lo que quería. Y el terror pasó a la frustración, a la desesperación y la población se volvió loca.

Katia fue asesinada días después por varios activistas pro ser humano, se hacían llamar Lífsins. La encontraron tirada en el suelo junto a su gatita que seguía ronroneando y lamiendo un corte de su brazo. Unon se suicidó meses más tarde.

Nunca se supo nada más de Breno.