Me propongo a crear un nuevo post sin ni siquiera saber qué escribir. Digo, pues voy a probar y a empezar a darle al teclado a ver si sale algo bonito, pero nada. Supongo que la inspiración escasa que tenía se ha esfumado cuando más la necesito. Maldita… nunca estás cuando quiero que permanezcas conmigo… Eres tan rara como yo. Sí, tú, estúpida inspiración, que solo sales en momentos melancólicos, tristes, agónicos y efímeros. Pero ahora no puedo escribir… mi mente se va sola a soñar despierta y, ¡hala! mejor dejarla ir porque se pone pesada y no hay quien la aguante (sobre los hombros).
Hacía tiempo que no me quedaba hasta tarde con una copa de vino (del muy barato porque la crisis duele en todos los sectores), un cigarrillo y buena música de fondo y.. ¡ah! con el único acompañamiento de mí misma y mis ensoñaciones. Fijaos, mientras escribo esto recuerdo mi escena favorita de Orgullo y Prejuicio y me voy a épocas desconocidas de tiempos pasados. La extrema lujuria y cortesía de aquellos tiempos reforzaba las pasiones expresadas en la más pura poesía de los sentimientos más reprimidos. Aquellos tiempos donde el cortejo y el coqueteo tenían sentido. Y ahora ya nadie te dice, ¿me concede este baile?
Uhm… pero también estaba el mundo misógino que rodeaba a toda mujer, sobre todo a las de alta alcurnia, y la obligación de un casamiento sin amor solo por conseguir los bienes familiares. El ser humano no sabe lo que quiere ni como compaginar los sentimientos con la razón. De ahí que repita la misma frase que dice Juan Antonio (Javier Bardem) en Vicky Cristina Barcelona: «Después de miles de años de civilización, aún no hemos aprendido a amar».
Los verdaderos poetas que tienen las respuestas sobre los sentimientos que temen aflorar libremente, se hayan escondidos en los lugares donde el razonamiento y la ética humana no pueden entrar. Es terreno bendecido e inmaculado.
Fíjate, al final la inspiración no me ha abandonado. Maldita…