Seguramente lo hayas dicho miles de veces:
– «Tengo que cambiar»
– «¡Ya basta de quejas y lamentaciones! ¡Hay que cambiar el chip!»
– «Quiero volver a ser la que era antes»
Y cuántas mañanas te has levantado con energías renovadas intentando volver a ser la persona enérgica y motivada que eras antes. No te esfuerces, no sirve de nada. A los pocos días volverás a tirarte a la cama en una profunda depresión de autoestima.
Pero no estás solo, todos nos sentimos así. Simplemente se llama madurar, se traduce en cambiar porque la vida consiste en eso, en cambiar, que no evolucionar.
Puedo parecer idiota, básica, que no tengo dos dedos de frente o que me creo cualquier cosa que me cuentan, sin embargo, creo en las energías de la gente. Esa energía transforma tu vida que, al fin y al cabo, es el Universo en sí.
Ya sabes que somos insignificantes bultos de átomos pero, a nuestra escala, la Tierra es gigante, es inmensa, es increíble. Tenemos suerte de formar parte de ella.
Cuando tus energías llegan a su límite la única solución es que alguien te deje compartir un poco de la suya. Gente que ve la vida como una oportunidad para conocer, para aprender de los sufrimientos y para disfrutar de las alegrías.
Yo apunto en una libretita los momentos con esa gente, que está de paso, con la que cruzo una mirada, con la que paso la mayoría de mi tiempo, con la que bebo una cerveza o comparto un cigarrillo en el descanso del trabajo. Y, cuando me siento decaída, los recuerdo y pienso en ellos. Pienso en cómo podría yo ayudarles si ellos se siente como yo alguna vez. Entonces te sientes más triste porque no puedes imaginártelos hundidos en su almohada, lamentándose de las penurias del mundo.
Es entonces cuando escribes, lloras o decides llamarles. Tras una pequeña charla desanimada vendrán las sonrisas, vendrán los ánimos y volverá la vida.
Ayudarnos unos a otros a ser más felices.
Es lo que más necesitamos cuando el mundo parece querer devorarnos.
Canción que me ha inspirado para escribir esto: