Sabias palabras de Billie Holiday, a la cual rindo culto en días como hoy, cuando el cielo decide llorar sin parar sin previo aviso ni sentido alguno. Quizá los gases atmosféricos estén tristes y necesitan tomar aire y derramar todo el daño que llevan acuestas.
Es raro que llueva tanto en la ciudad del Sol, sin parar, hora tras hora, segundo tras segundo. Una llovizna digna de los más melancólicos, sin daño, sin ira desatada en rayos y truenos. Es sólo llorar lentamente sin parar hasta no dejar ni una gota más.

Entiendo al cielo en estos momentos y me uno a él. Mi sadomasoquismo me incita a sentir morriña con él, a mirar a la nada y echar la imaginación a volar. Me asomo a la ventana cuando tú más lloras, enciendo un cigarrillo y doy un trago a un vino barato que me ayuda a llegar a la embriaguez. Entonces, en cuanto estoy a punto de llegar al punto fuerte de mis ilusiones, cuando llego al orgasmo de mis pensamientos una gota cae sobre mis dedos despertándome del lejano sueño de ser libre y poder respirar.

No dejes de llover hoy, tampoco mañana. La lluvia es quien me acompaña las extrañas noches de principios de noviembre.

Embriagada, sonriendo al placer que me da mi soledad. Toco el cielo con el filo de mis dedos. Está húmedo.

Sigue lloviendo.