Hoy os voy a contar la historia de una chica a la cual llamaban «Transicional Girl». En realidad era «la chica de las transiciones», pero en inglés siempre queda mejor un título como éste. Al menos a mí me lo parece.

Al principio no le daba importancia, defendía la postura de que la vida está llena de experiencias y que muchas personas han de pasar por tu vida. Sin embargo, este título aparecía grabado a fuego en su piel cuando preguntaba «¿Qué soy yo para ti?»

Esa pregunta nunca ha logrado una respuesta. Es mucho peor que decir «nada». Eres algo, pero nada por lo que luchar. Le costó mucho pillarlo. Sentía pena por ella.

Cada vez que conocía a alguien dibujaba una estrella de cinco puntas. Las dibujaba meticulosamente para que fueran lo más perfectas posibles. Cada punta tenía un significado y, juntas, eran las que formaban una estrella que acabaría brillando en el firmamento. Al menos esa era la idea. Una de esas puntas era la comprensión, colocada a la derecha, como la parte más racional del cerebro, otra el sexo, en el lado izquierdo, cargado de emociones y de pasión. Las puntas de abajo estaban nombradas por las experiencias y el cariño, que a veces se confunde con amor.

La punta de arriba, la más importante, la describía como «futuro», como el camino a seguir reforzado por el resto de puntas que creaban una estrella de estas características.

Cuando empuñaba el lápiz para empezar a dibujar este astro celeste lo hacía con tanta ilusión que, sin querer, hacía la punta superior ligeramente más acentuada y larga que las demás. No conseguía que fuese perfecta. No le daba importancia. Era en esos momentos donde se daba cuenta de lo bonitas que eran por no ser perfectas y que, así, cada una sería única e inimitable.

Con pequeñas experiencias empezaba a coger cariño a su estrella, ligada con una comprensión mutua y el sexo que lo cerraba todo con un plano de felicidad que crecía hacia la punta superior. Era feliz, tan feliz porque, en cada una de sus estrellas sabía que acabaría por terminarla y que brillaría tan fuerte que sería la más llamativa de todo el firmamento. Y, cuando se sentía poderosa, preguntaba: «¿qué soy yo para ti?»

Con una sonrisa esperaba que la otra persona le contara que también dibujaba estrellas con el mismo sentido. Pobre chica.

No cabe duda de que era importante, de que no pasaría desapercibida por la vida de nadie. Una chica inteligente y diferente con la que aprender muchas cosas nuevas, experiencias que servirían para el futuro, pero nunca un futuro con ella.

Al darse cuenta de que el «futuro» nunca se completaría, borraba la estrella entre lágrimas. Al cabo de un tiempo conocería que, las personas con las que estuvo, ahora dibujan estrellas que brillan en el firmamento, poderosas, especiales y cargadas de promesas cumplidas. Porque ahora la otra chica de cada una de sus estrellas fallidas lo era todo, porque no tenían miedo, porque las promesas se hacían y, lo peor, se cumplían.

Miles de veces «Transicional Girl» había rogado que le hicieran promesas, aunque finalmente no se cumplieran. Al menos, en el presente serían formuladas con verdadera honestidad. Eso le valía. Estaba harta de que siempre le hablaran del futuro como algo incierto y que no se sabe qué va a ocurrir. Agazapada y cabizbaja asentía que tenían razón pero, por dentro, su corazón ardía con ganas de decir: «¡Lo sé! ¡Sé que nadie puede predecir el futuro! Solo te he preguntado qué soy para ti»

No lo entendía. Sus estrellan lo eran todo para ella. Pero ella no era «todo» para nadie.

El tiempo pasaba y se dio cuenta de que era una chica de transiciones. Todos pasaban por ella emocionados, falsamente enamorados de una persona que les enseñaba muchas cosas, pero por la que no lucharían jamás. Ella les preparaba para descubrir una estrella que ellos mismos dibujarían. Ella fue la que les instruía a cómo tenían que coger el lápiz y empezar a darle forma a la comprensión, a las experiencias, al sexo y al cariño y, así, construirían un bonito futuro o, al menos, en el presente sentirían que los objetivos se cumplen, acompañados de dificultades, claro, pero sobre todo de apoyo y sonrisas.

Veía cómo todas esas estrellas brillaban en el firmamento gracias a ella. La última vez que la vi fue cuando me invitó a tomar una copa de vino en su casa. Al fondo se escuchaba una canción de Norah Jones con el título de la pregunta que había formulado miles de veces y que nunca obtuvo respuesta.

Salimos al balcón y me enseñó cada una de esas estrellas en el cielo nocturno. Tenía hojas en la mano. Me fijé en ellas y vi la silueta de montones de estrellas sin acabar, marcadas por el lápiz y que, posteriormente, se borraron. Se dio cuenta que miraba esos folios, los apartó y me miró con una sonrisa que percibía sincera pero con atisbo de arrepentimiento por lo que iba a hacer. Me dijo: «lo siento, no puedo seguir así».

Se desvaneció como polvo, polvo de estrella que nunca brillaría.

Sabía que me había pasado su maldición. Ahora yo era una «Transicional Girl»

Entonces cogí papel y boli. Comencé a dibujar una estrella de cinco puntas…

Fue este bonito tema de Norah Jones el que me inspiró a escribir sobre esa «Transicional Girl»